El tránsito de japoneses hacia México tiene raíces muy profundas
Por Luis M. López
Los primeros japoneses que llegaron a México lo hicieron hace 411 años. El primer registro de este flujo migratorio es de 1610, durante el virreinato español.
Dos siglos después, ya con México constituido como nación, hacia finales del siglo XIX, 34 japoneses llegan a Chiapas en 1897, punto de partida de un siglo compuesto por “siete oleadas de migrantes con diferentes características”, explica Ana Vila Freyer, experta en migraciones humanas de la Universidad de Guanajuato en un artículo académico publicado en 2017.
El Tratado de Amistad, Comercio y Navegación firmado por los gobiernos de México y Japón el 30 de noviembre de 1888, también es considerada la raíz de esta estrecha relación de cooperación.
Estas oleadas de migrantes de personas japonesas a nuestro país presentan características diferentes de acuerdo con cada época y a las diversas realidades nacionales.
Las dos primeras oleadas, precisa Vila Freyer, estuvieron integradas por japoneses que llegaron a Chiapas con el fin de fundar colonias de agricultores en México. Ocurre entre 1858, cuando Japón reestablece relaciones comerciales y diplomáticas con el exterior, y los primeros años del siglo XX.
Ya en la primera década del siglo pasado llega la tercera oleada, en donde más de 10 mil japoneses arriban con contratos para trabajar entre 1900 y 1910 en distintas partes de México. Se colocaron en la pujante industria minera de la época, o en el ambicioso proyecto ferroviario que consolidaría Porfirio Díaz, o en la plantación de caña de azúcar.
Algunos padecieron las condiciones laborales pésimas y descubrieron que en Estados Unidos existían posibilidades más reales de crecimiento económico en mejores oportunidades de trabajo. Se genera de esta forma la cuarta oleada de migrantes que han sido calificados por María Elena Ota Mishima, catedrática en el Centro de Estudios de Asia y África de El Colegio de México (Colmex), como la oleada conformada por los migrantes japoneses clandestinos que, entre 1907 y 1924, deseaban ir tras el ‘sueño americano’ pero que, al ser deportados por la patrulla fronteriza estadounidense en gestación, regresaban a México con la intención de “utilizarlo como trampolín hasta lograr su ingreso”.
La quinta oleada aparece debido al creciente flujo migratorio en el país con el anterior motivo: llegar a Estados Unidos. Japón y México firman un acuerdo en 1917, vigente una década, para facilitar la movilidad en el país de profesionistas japoneses principalmente de las ciencias medicas: farmacéuticos, veterinarios, doctores, parteros, con el fin de atender la demanda de estas profesiones que había dejado el periodo bélico de la Revolución Mexicana.
“Bajo este convenio, llegaron primero unos 30 médicos y dentistas, y luego, vinieron varios grupos para prestar sus servicios tanto a la sociedad mexicana como a la colonia japonesa”, apunta Shinji Hirai, antropólogo japonés especialista en estudios etnográficos sobre la migración internacional.
La sexta oleada marca la consolidación de una pequeña comunidad japonesa en el comercio, la pesca y la agricultura. Comienza el yobiyose, un tipo de migración ‘por llamado’ que concentró en el noreste de México a la comunidad nipona.
Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial (1945) ocurre la séptima oleada migratoria que comienza a mediados de los cuarenta e inicio de la década de los cincuenta. Está conformada por expatriados, es decir, “personas enviadas al exterior por sus empresas” y destaca “por el carácter rotativo y temporal de personal ejecutivo y técnico de las corporaciones japonesas”. Se trata de ‘misiones corporativas’ que provocaron que por periodos cortos de dos o tres años, japoneses vivieran, primero principalmente en la Ciudad de México, y, posteriormente, en el norte del país.
En 1962, en Baja California, inicia operaciones la primera planta de Toyota en México y de alguna forma también la historia automotriz japonesa en nuestro país, que junto con Nissan, instalada en 1961 en Morelos, abren este camino que desembocaría, décadas después, en Guanajuato.
La octava oleada
Desde 2011 Guanajuato es el principal destino de los japoneses en México. Este fenómeno migratorio es tan reciente que hace muy poco comenzó a incluirse en la agenda de los estudios sociales y antropológicos.
“En cuatro años”, explica Vila Freyer, Guanajuato “destronó a Nuevo León, cuya tradicional y pujante industria fue hasta 2011 el segundo lugar de asentamiento de personas de origen japonés en el país”.
El boom de este éxodo japonés, de acuerdo con esta investigadora del Departamento de Estudios Culturales, Demográficos y Políticos de la Universidad de Guanajuato, ocurre en 2014 con la apertura de Honda y Mazda, en el verano de aquel año.
Entre 2012 y 2014 llegaron 827 japoneses que siguieron a las 136 empresas que se establecieron en las distintas ciudades de Guanajuato, pone de relieve Vila Freyer en su artículo La historia y el presente de la inmigración japonesa en México: hacia una agenda para el estudio de esta comunidad inmigrante en Guanajuato.
Este estado en el corazón de México tuvo que adaptarse y en 2015 fue aperturado el consulado japonés en León, el tercero en el país fuera de la Ciudad de México. Se han modificado algunas señaléticas para incluir información en japonés y la Universidad de Guanajuato ha establecido acuerdos con la Universidad de Nagaoka.
Para 2017 la comunidad japonesa en el estado había crecido 400 por ciento en cuatro años rondando los 2 mil 500 japoneses radicados en la entidad cifra que llegó a casi los 2 mil 700 para enero de 2021.