Por Pablo César Carrillo
La boda fue memorable.
La joven japonesa Emilly Sato se casó con el mexicano Juan Diego. Ellos bailaron la víbora de la mar, brindaron con tequila y disfrutaron de la música de banda sinaloense.
Emilly y Juan Diego.
Una chica japonesa y un mexicano.
Ella se vistió de blanco.
Él con un traje.
Un matrimonio bicultural.
Ellos viven en León, y se conocieron en Tijuana. Emilly está enamorada de su esposo mexicano. Le gusta que la besa y abraza cuando caminan por la calle. Le abre la puerta del coche y le escribe cartas. El concepto de “las damas son primero” les parece halagador y respetuoso.
La novia japonesa no vistió kimono, ni zapatos especiales, como se acostumbra en las bodas de su país. Ella se casó en Tijuana con 60 invitados, entre amigos y familiares.
Casarse en Japón es muy caro, platica. Tan solo el kimono de boda, cuesta miles de pesos. Aquí en México usó un vestido blanco corto, con un pequeño ramo de flores. Se veía hermosa.
En Japón, dice Emilly, los novios no son tan expresivos como en México, allá es difícil que demuestren sus sentimientos. Dice que los chicos japoneses son fríos, se dedican mucho a trabajar y no les interesa casarse, ni tener familia. Las palabras boda y familia, no están arraigadas en el vocabulario de los hombres japoneses, afirma.
Aquí en México, Emilly está contenta con su esposo Juan Diego. Los recién casados, quieren tener familia, trabajar juntos por su matrimonio y consolidar su amor.
Emilly cuenta que los noviazgos en Japón, son serios y formales. La costumbre es hacer una evaluación de los antecedentes familiares, los ingresos económicos, si las mujeres saben cocinar o lavar, dice.
Emilly siguió la tradición de sus papás. Ella es hija de un padre japonés y una madre mexicana. A la fecha, sus padres siguen juntos y se han adaptado bien.
Emilly y Juan Diego se casaron en diciembre. Fue una fiesta alegre, con cerveza y tequila, con música mexicana.
Una boda para recordar.